FERNANDO NASSAR MONTOYA
Momentos
El método
Dos profesores hablan de los cambios transgeneracionales de la vida escolar. El más viejo, de unos sesenta años, argumenta que en otras épocas era más fácil enseñar porque había disciplina: debemos volver a los castigos. El joven, quien ronda los cuarenta, discrepa: la motivación es más eficiente con las nuevas generaciones. Entonces, asignan a los alumnos una tarea difícil con el propósito de evaluar los dos métodos. El primero, utiliza en su clase la amenaza como estímulo; el segundo, pregunta a cada uno de sus estudiantes lo que desea del colegio y promete ayudar a todos los que completen la asignación.
En la mañana siguiente analizan los resultados: la mitad de los colegiales con motivación positiva asesinó a uno de sus padres durante la noche; ninguno del grupo amenazado lo hizo. En consecuencia, el viejo reconoce el valor de las estrategias pedagógicas del colega y decide aplicarlas.
Fernando Nassar Montoya
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Fútbol y sociedad
Terminó la Copa América. Un torneo para olvidar, no por el futbol, sino por todo lo ocurrido alrededor del deporte: jugadores pegándose con los aficionados, aficionados insultándose unos a otros sin importar la presencia de niños, tumultos de hinchas colándose sin mostrar el menor pudor, entrenadores que promueven los malos comportamientos de los jugadores, directivos encarcelados por golpear policías, expresiones xenofóbicas en la cancha y fuera de ella en la peor demostración del alma deportiva...
¿Me faltó algo?
Es posible. De todas formas, lo más deplorable... se cree que con una excusa se justifica todo. Nadie asume las responsabilidades de los errores o actos cuestionables.
Fernando Nassar Montoya
Perplejidad
Los paradigmas de antaño se desvanecieron. El tiempo, no solo me robó la niñez o la adolescencia o la juventud madura o el convertirme en adulto, arrasó con el mundo que había conocido. La verdad que me contaron, aquella construida por la tradición resultó que no era verdad por ser incapaz de ajustarse a las nuevas realidades que a través del corto transcurso de mi vida han venido llegando sucesivamente, tan rápido que no han dado tiempo para entenderlas, Cada nueva trae su propia incertidumbre que se acumula con las anteriores diluyendo las certezas de lo conocido, hasta el punto qué es difícil saber quién se es.
Perplejo por la incapacidad de adaptarme ante la rapidez del cambio quedo sin saber que pensar o cómo actuar, más cuando este ha roto los principios esenciales que guiaban mi existencia. No hay duda. Los valores de hoy son distintos a los de ayer; lo bueno dejó de ser tan bueno y lo malo dejó de ser tan malo de manera que por momentos es imposible diferenciar el bien del mal. El conocimiento tampoco se salvó del efecto de la sucesión de realidades y quizás se ha rendido al embate tecnológico; lo que aprendí ya no significa nada, lo que creí conocer resultó que no lo conocía. El universo, el planeta, la naturaleza, los seres humanos, mi cuerpo, mi mente, mi ser no son lo que supuse eran o lo que me enseñaron. Todo es diferente y yo debo ser diferente de quien fui.
Desconcertado por una realidad que abruma y desborda la normalidad de la cotidianidad, vivo día a día intentando responder a la incertidumbre: no lo sé y no puedo adivinar como mañana será el trabajo, ni la política, ni la economía, ni la sociedad. No estoy seguro de nada, no puedo estarlo porque nada es predecible. Y, eso produce terror, pero lo venzo cada mañana y cada noche para seguir adelante con el convencimiento de que lo único cierto es el instante.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Y seguimos igual...
En los tiempos de la pandemia Covid-19 se especuló con esperanza cuando había desesperanza sobre los grandes cambios que estaba viviendo la humanidad. No se percibía como algo futuro o lejano, sino como un hecho nacido del aislamiento por el confinamiento obligatorio, la enfermedad y la muerte masivas. No solo fue el producto de la reflexión de intelectuales o de expertos o de las autoridades; fue de una esencial, general, realizada de forma independiente en cada casa, cada institución, cada lugar. Porque, paradójico, nunca habíamos tenido tanto espacio y tiempo para pensar sobre nosotros mismos, sobre los otros, sobre la sociedad. Encerrados fuimos libres para hacerlo, y lo hicimos. Lo triste, creímos en un mundo mejor: uno más sostenible al ver los animales silvestres adueñándose de las calles vacías, uno más equitativo al ver la solidaridad, uno menos violento por la percepción de compasión. Lamentablemente, solo fueron especulaciones. O, quizás no, prefiero verlo más como un sueño colectivo, uno que mostró lo que la humanidad puede llegar a ser. Uno que no nos invita a no darnos por vencidos.
Fernando Nassar Montoya
La foto 'Mi rostro durante dieciocho días de aislamiento por la Covid-19' la hice en un momento inolvidable, para mí, mi familia, el país, la humanidad. Me levanté una mañana, me vi en el espejo y me di cuenta de que reflejaba mi sentir. Entonces, me llené de valor (se requería) para tomar una foto, con el celular, recién levantado, no tan listo para enfrentar el nuevo día.
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Hay días, de días
Hay días, de días
Quién no los ha tenido.
Hay días, de días
Algunos son buenos
Otros, más bien malos.
Hay días, de días
Quién no lo ha pensado
Si hoy es bueno
Si hoy es malo.
Hay días, de días
Se viven los buenos
Se sobreviven los malos.
Hay días, de días
Todos serán pasado.
Fernando Nassar Montoya,
Mamá, eterna
Mamá es eterna. Sigue viva en mí y mientras yo viva, me aseguraré de que no muera.
No importa si me hago viejo o si los años pasan rápido o si ya apenas reconozco a la persona en frente de mí al mirarme en el espejo. Cuando pienso en mamá, vuelvo a ser el niño que busca su voz para sentir que el mundo es seguro. Con ella, todo el rededor es bueno.
En la niñez, en la adolescencia, en la adultez, en el comienzo de la vejez. En todas, me enseñó a ser quien soy. Fue la gran maestra de mi vida. No con palabras, no era de ir soltando muchas, sino con ejemplo.
La recuerdo en mi niñez. Siempre pendiente, siempre dedicada. Si ser madre significa sacrificarse, ella lo hizo con creces. Recuerdo su caminado rápido mientras yo trataba de seguirle. Su mano fresca sobre mi frente caliente por la fiebre, su apoyo cuando necesitaba ser apoyado, su expresión firme cuando tenía que ser corregido.
La recuerdo en mi adolescencia. Etapa que me dio duro, pero creo que fue más difícil para ella como buena madre vigilante sin horario ni descanso. Nunca se dio por vencida, nunca perdió la esperanza. Confió. Confió a pesar de mi ignorancia de los peligros de la vida. Me respetó y me dejó ser cualquier cosa que yo pensaba que era, porque creyó en mi independencia, creyó que podía salir adelante. Yo me debatía por crecer; ella estaba pendiente de ayudarme a lograrlo.
La recuerdo cuando me hice adulto y descubrí en ella una persona desconocida. Mamá, se atrevió a ser una mujer cuando ser mujer no era permitido. Se irguió independiente, luchadora, trabajadora. Entendí, que yo era yo, por ella. Y, sobre muchas cosas, recuerdo el descubrimiento de su humor. No de ese que se construye con chistes, sino del que representa una forma de vida, una forma de reírse de los quehaceres de la propia existencia.
La recuerdo cuando los años pasaron y nos necesitamos. Yo a ella, ella a mí. Fue cuando dejé de ser ignorante de su ternura y la descubrí por quien era. Su sensibilidad trascendía, de la casa, de sus hijos, de sus nietos, de sus hermanas. Irradiaba al mundo con su generosidad, prudencia, el irrespeto por lo establecido en defensa de la individualidad, su desdén a los formalismos sociales, su independencia.
La recuerdo hoy, cuando su cuerpo se ha ido. Pienso en ella con amor, también, con admiración.
Y, confieso, la recuerdo con algo de remordimiento. No porque haya sido un mal hijo. No lo fui, aunque tampoco, uno ejemplar. Fui un hijo, y en serlo, le di trabajo. Fui por momentos egoísta, fui por momentos exigente, fui por momentos intolerable.
Entre más devota la madre, más le pide el hijo. Y ella fue devota de sus hijos.
Por todo, de seguro me quedo corto cuando intento recordarla. Y me convenzo, cada día más: no me creo eso que dicen de “que es como tener la mamá, pero tenerla muerta”. No lo creo, porque una madre nunca muere. No, la mía.
Mamá sigue viva, es eterna.
En un 10 de julio.
Fernando Nassar Montoya,
El chat
Luis recibe el siguiente mensaje por WhatsApp:
«Es Rita ¿dónde conseguiste mi #?»
No duda la respuesta. Había escrito una semana antes preguntando a quien le pertenecía:
«Lo soñé».
Y sin dar tiempo, escribe un segundo texto:
«Me soñé contigo y en el sueño vi tu # y escribí x curiosidad».
Y, en un tercero:
«Tb con esperanza».
«Ah… eso lo explica», responde ella.
«¿Cómo?».
Espera unos minutos, nota que lo ha dejado en visto y no lo va a tolerar después de la sorpresa por la inesperada contestación del número revelado en un sueño.
«¿CÓMO?», repite. Se asegura de hacerlo en mayúscula para mostrar su ansiedad.
Pasa una hora, le parece interminable. Finalmente, llega un nuevo mensaje:
«No podía ser de otra manera».
«¿Pq?», dice y continúa:
«Quizás lo vi en un chat FB YT o me lo dio un amigo».
«¡IMPOSIBLE!».
Recibe el texto como una sentencia absoluta. No está dispuesto a aceptarlo y replica:
« :-Q ».
En seguida agrega otro mensaje para reclamarle:
«No entiendo xq imposible… es normal».
«NO», dice la respuesta enfática. Entonces, se le ocurre:
«¿Tu # es secreto o algo así?».
« xD », lee y vuelve a leer el otro que llega de inmediato:
«tp».
«Rita xfa explícame», le suplica.
«¿Seguro?».
«SI».
«¿No te das cuenta qué eres el único humano vivo en el mundo? todos murieron hace más de un año».
Silencio.
En la pantalla lee “0000000000 está escribiendo”, pero el silencio no se rompe. Le tiemblan los dedos al teclear:
«¿Y entonces quién eres?».
…
Fernando Nassar Montoya
La mañana
Mañana nublosa llena de recuerdos lúcidos. Recuerdos de infancia, de adolescencia, de adulto. La neblina mágica despeja mi mente y me lleva a los parajes recorridos en la vida. Algunos buenos, otros, malos; todos tienen en común que son míos.
Me levanto todas las mañanas, en algunas es fácil, en otras, cuesta trabajo; pero siempre me levanto. No importa como luce, si hace o no buen tiempo: la mañana es la cara de un nuevo día, de nuevas esperanzas, de nuevas angustias. Todas son esencia y parte de mi vida.
Con la primera inspiración siento el olor único del amanecer, Pongo atención, La orquesta de la naturaleza acompaña el abrir de mis ojos, el despegar de mis labios, la afinación de mis oídos: pueden cantar los pájaros, pueden cantar las ranas, pueden cantar los grillos. A veces, ladra un perro o maúlla un gato, y si estoy de buenas y por casualidad me encuentro en el campo, escucho un gallo o un caballo o un ternero, Y, si estoy aun más de buenas, a lo mejor escucho a lo lejos lo que parece ser un tigre o un oso o un mico.
He despertado. Los sonidos acompañados de aromas y colores me llegan con claridad y pienso: la mañana es la mañana, trae un nuevo día listo para ser vivido.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
EL GATO
Las personas que han convivido con un gato saben que un gato no es un animal. Saben que un gato es EL GATO, ni más ni menos. Saben que no aprende, si aprender quiere decir seguir algunas normas y rutinas; no porque le falte la inteligencia y la audacia de los otros felinos, las tiene, sino porque después de miles de años de domesticación parece seguir cuestionando quien debe entrenar a quien y para qué.
Estas personas saben que EL GATO prefiere enseñar y le aprendieron la primera regla inviolable para tener uno cerca: ¡No molestar! Porque un gato hace lo que quiere hacer en el momento que ha dispuesto y no le gusta que lo importunen: es muy cariñoso en su momento de cariño, come en su momento de comer lo que le desea comer, defeca y orina en su momento de hacerlo en el sitio elegido, juega en el momento de jugar, duerme en el momento de dormir. Respecto a la caza, está abierto a las posibilidades.
Las personas que están cerca de un gato entienden que EL GATO no tiene dueño, pero si tiene un territorio muy definido que maneja a su antojo. Por eso, no se le puede guiar: se rebela a las ataduras; tampoco se le debe alejar de sus dominios, le da temor y un gato con temor, puede tornarse agresivo.
Las personas que conviven con un gato, con el tiempo llegan a comprender porque EL GATO ha sido idolatrado. A medida que pasan los días y llegan a conocerlo, sin darse cuenta, también terminan venerándolo.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
¿Ya no sé nada?
La hiperglobalización me hace olvidar con rapidez lo que aprendí con dificultad; mi conocimiento de repente ya no sirve en la hiperrealidad resultante. Estoy estupefacto por mi incapacidad de asimilar la información que corre fugazmente de polo a polo, de Ecuador a Ecuador; va tan rápido que me pregunto si alguien sabe dónde está porque parecería que todos conocemos de todo, pero, al final, nadie conoce de nada. Porque así me siento: ya no sé nada y me da temor de olvidar quien soy.
Fernando Nassar Montoya
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Vuelo
No tengo alas. No tengo la habilidad de levantarme por el aíre y moverme a mi antojo con el aletear de mi cuerpo. No tengo la posibilidad de adueñarme del viento para alzarme en cualquier momento, en un instante, cualquier instante. Pero, tengo mi mente. Y mi mente se eleva cuando quiere, es libre y se mueve sin límites. Alcanza en su vuelo las profundidades de los océanos, las capas más altas de la atmósfera, las estrellas, el sol, y llega a tantos mundos como puedo imaginar.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
En el parque
La ciudad me aísla y las paredes por momentos se tornan en barreras. Quiero ver el horizonte, lo busco, pero se esconde detrás de altas edificaciones ¿a dónde mirar? ¿qué hacer? Ir al campo sería lo mejor: encontrarme con el sol y la lluvia, el pasto, los árboles, los arroyos, los animales. Queda lejos, el tráfico es espantoso y dispongo de poco tiempo. No tengo otro remedio, entonces, que ir a un parque. Con seguridad allí encontré un poco de todo, quizás no será lo mismo, será pequeño y menos diverso. Habrá gente, de pronto mucha que como yo, estará buscan un momento de libertad. Allí, de todas formas, a pesar de los edificios que lo rodean, encontraré lo que necesito por un rato.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Oficina solitaria
Una nueva realidad: la forma de trabajar cambió en 2020 debido a la Covid-19. Antes, la oficina, por siglos lugar de excelencia del trabajo, fue reemplazada por la casa. Las jornadas se alargaron al tiempo que las distancias se acortaban por las implementaciones tecnológicas. La corbata se cambió por la pijama o la sudadera. No importó el lugar, ni la hora, ni la forma de hacerlo: el resultado era lo prioritario.
Fernando Nassar Montoya
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Globalización de la cultura
En cada momento, en cada lugar, se hace tangible la globalización. Los iconos son mundiales y la gente sigue las tendencias de las redes sociales, sin importar distancias o diferencias sociales y culturales.. Ahora, todos, no solo queremos conocer, sino lo podemos hacer.
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Belleza en las tradiciones
En esta imagen la belleza en las tradiciones habla sin necesidad de palabras. Las bailarinas visten extraordinarios trajes tradicionales de Colombia que cautivan nuestros ojos con sus movimientos de colores y luz.
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.
Cigüeña maguari (Ciconia maguari)
Vivir en Colombia es un accidente de nacimiento muy afortunado si se crece con atracción hacia la naturaleza. Los momentos en los cuales me encuentro en un lugar y tengo contacto con un animal, son mágicos. Nunca se agotará mi fascinación por la sorprendente fauna silvestre que tenemos !Qué musa es esta cigüeña con su tamaño, gran pico y colores intensos!
Foto: Fernando Nassar Montoya. No utilizar sin autorización.